CRISIS Y CODICIA*
Cuando se habla de la crisis se habla mucho de la responsabilidad de los banqueros. La semana pasada el Presidente Obama se mostraba muy molesto, y con razón, porque los banqueros en Wall Street se pagaron bonos por US$20 mil millones el año pasado. Es muy probable que en el futuro cercano veamos algún tipo de regulación en los sistemas de compensación de las instituciones financieras. Esto puede ser muy peligroso, pues puede simplemente forzar una migración del capital humano hacia otras industrias. Pero esta imprudencia en la cara de una crisis tan profunda muy difícilmente pasará desapercibida.
Pero lo que a mí me preocupa es nuestra capacidad de asignar culpas a todos los demás actores, excepto a nosotros mismos. En más de una charla sobre la crisis he hecho clara mi opinión que la responsabilidad yace no sólo en los banqueros, y sus accionistas, en las agencias de calificación crediticia, y en los reguladores, sino también en todo aquel que decidió tomar un préstamo hipotecario sabiendo que no podía pagarlo.
Es muy fácil aducir que si el banquero no hizo su trabajo y nos concedió el préstamo, entonces nosotros no tenemos culpa. Nos convencemos así que si bien la raíz de nuestro comportamiento es la misma, somos menos responsables. Esta es la parte con la que yo tengo dificultad. Si me llamo banquero soy culpable, pero si me llamo deudor no lo soy. Parece un argumento terriblemente relativo.
En los periodos de euforia que típicamente preceden a una crisis, la codicia juega un rol muy importante. Los banqueros asumen riesgos que antes no se hubieran atrevido a considerar para mantener el incremento de las ganancias. Sus accionistas ignoran estos riesgos excesivos con la esperanza de conseguir aún mayores retornos sobre su inversión. Pero también hay deudores que asumen préstamos bajo la premisa que si pagan puntualmente sus intereses, siempre podrán refinanciar el principal de los mismos.
En el sector inmobiliario esta máquina funciona mientras los precios de las propiedades continúen creciendo. Así, el valor del colateral aumenta, permitiendo endeudarse aún más, y usar los nuevos préstamos para repagar los viejos. Uno sólo debe asegurarse de pagar los intereses y esperar por la siguiente subida de los bienes raíces. Por su parte, el banco está dispuesto a correr mayores riesgos porque “sabe” que los precios del colateral seguirán subiendo. En ambos casos, la máquina de hacer dinero deja de funcionar cuando los precios se detienen, provocando la implosión del castillo de naipes.
Como decía Mark Twain ” lo que nos mete en problemas no es lo que no sabemos, es lo que “sabemos” que simplemente está equivocado“. Pero, ¿por qué gente racional y en principio conservadora de repente se transforma en un apostador ignorante de los signos de riesgos más elementales?. Bueno, es difícil resistir los impulsos cuando uno ve al vecino tomar ventaja de las oportunidades.
En la medida que más y más gente obtiene resultados increíbles la euforia colectiva se alimenta, y muy pronto es fácil convencernos que nosotros también tenemos derecho a disfrutar de estos beneficios, y de que si bien hay evidencias del peligro, esta vez será diferente. Esta vez todo saldrá bien.
Por algo será que en los períodos de crisis se ponen al descubierto muchos escándalos y fraudes tipo pirámide. Estos esquemas se sostienen mientras haya un flujo entrante de nuevos fondos. Y es precisamente en los periodos de excitación previos a la explosión de la burbuja cuando estos timadores encuentran a un mayor número de víctimas dispuestas a entregarles su dinero a cambio de resultados extraordinarios.
Claro, también es verdad que los estafadores también se han sofisticado. Tomemos por ejemplo el caso del señor Madoff. Nunca prometió resultados exóticos. No se trataba de un 30% al año, sino de tan sólo un 8%. No parece el tipo de ofrecimiento que haría un estafador desesperado, pero Madoff no lo era. Ciertamente, 8% no es escandaloso, ¿verdad? Aún cuando el resto del mundo haya tenido un resultado cercano a cero, ó incluso negativo, 8% no parece demasiado. Puede ser, hasta que uno toma en cuenta el efecto acumulado a través de los años.
Si comparamos el valor final de una inversión de 100 pesos que rinde 8% al año por 10 años con una inversión similar que rinde el 6%, es decir, una diferencia de “solamente” dos puntos porcentuales por año, la diferencia luego de 10 años será de más de un 20%. Pero claro, querer ganarnos un 8% al año no puede ser considerado codicia, ¿cierto? No se trata de los riesgos que asumimos tratando de obtener ese 8%, sino de la falta de ética de Madoff. Es él el codicioso, no nosotros.
[*] Tomado de http://blogs.capitales.com/luis_sanz