“Sincericidios” y “Sincericidas” | INCAE
Publicación

“Sincericidios” y “Sincericidas”

24 de Octubre 2014
German Retana

Incurren en sincericidio las personas que expresan criterios a costa de la aceptación, prestigio o popularidad propia; y son sincericidas las que dicen lo que quieren, sienten o piensan en una magnitud y forma  que hace sentir mal a sus semejantes. Ambos comportamientos provocan la paulatina extinción del buen sentido de la sinceridad, o de la verdad bien dicha. ¿Sucede así en su ambiente laboral?

Si quien externa una opinión honesta, razonada y con buena fe comete un acto políticamente “suicida,” es porque está en medio de individuos intransigentes con mentes rígidas, como les calificaría Walter Riso. Personas con esas reacciones, dice él, evidencian sufrir alteraciones psíquicas, altos niveles de angustia o estrés, depresión ocasional, malas relaciones interpersonales, miedo a cometer o aceptar errores, desequilibrios laborales y  ofuscamiento recurrente que genera conflictos innecesarios. ¿Quién se arriesga, por ejemplo, a decir toda la verdad -sincericidio- ante un jefe incapaz de gestionar sus propias emociones y que arremete sin medida contra el portador de otra verdad que no sea la suya?

Un ambiente laboral donde no se premia la crítica sana, donde no se valida el error como fuente de aprendizaje, ni el libre intercambio de opiniones discrepantes, está contaminado por la prepotencia, la soberbia, la intolerancia y la aniquilación del sentido de pertenencia, todo lo cual es suicida para la organización porque la mística se diluye. La amenaza y el temor ahogan la buena voluntad para contribuir a alcanzar resultados crecientes y sostenibles a largo plazo. Quienes siembran esa atmósfera, ¿lo harán interesados en su beneficio a corto plazo, debido a que conocen de la transitoriedad de su paso por una empresa? La pregunta es relevante, pues puede conducir a un sincericidio colectivo.

En el otro extremo, están los que matan la sinceridad al abusar de ella. Son tan desmedidos e irrespetuosos al expresarse, que atentan contra la dignidad de su prójimo. Como no conocen la prudencia ni el razonamiento elocuente, emiten juicios de valor sobre los demás y son avasalladores descalificando, ofendiendo e invadiendo la integridad ajena. Desatienden las palabras de Aristóteles: “El sabio no dice todo lo que piensa, pero piensa todo lo que dice.”  Hay personas cuyos pensamientos acerca de sus semejantes son siempre negativos, con delirios de poseer toda la razón y con una ligereza tan destructiva, que denota la ínfima distancia entre su cerebro y sus labios. Estas son las sincericidas, con su habitual carencia de tacto, sentido común o razonamiento combinado con la sana convivencia.

Por paradójico que sea, el saber popular aconseja que la escasa sinceridad es peligrosa, pero que la excesiva es fatal. El buen discernimiento para escoger la dosis adecuada evita ver a los demás como depositarios de las emociones destructivas de cada quien.

Para eludir el sincericidio y alejarse de ser sincericidas, hay que poner atención al fondo y a la forma, al balance entre lo que se desearía decir y  lo que es útil al receptor. O sea,  hay que escuchar el sabio consejo de Confucio: “Si no se aprende, la sinceridad se trueca en grosería, la valentía en desobediencia; la constancia en caprichoso empecinamiento; la humanidad en estupidez; la sabiduría en confusión; y la veracidad en ruina.”

Etiquetas:
Motivación, Coaching

Suscríbase a nuestro blog