¿Tolerar a los intolerantes? | INCAE
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¿Tolerar a los intolerantes?

07 de Marzo 2016
German Retana

Compromiso, mística, milla extra, coraje para superar desafíos, crecimiento, resultados extraordinarios y calidad de ambiente laboral… Los anteriores, son atributos que jamás se verán en una organización cargada de irrespeto al pensamiento ajeno, autoritarismo y resentimientos. En cambio, abonar todos los días la tolerancia -gestionando apropiadamente las reacciones ante la discrepancia- es la ruta directa hacia el cumplimiento de los más elevados anhelos.

Cuando la intolerancia aparece, se esfuman la inteligencia, el diálogo y la superación. Tal como afirma Bernard Shaw: “Aunque toda sociedad está basada en la intolerancia, todo progreso estriba en la tolerancia.” La intransigencia acaba con la motivación, propicia el desorden, el conflicto y la zozobra de sus miembros; no hay avances, pues la energía que requieren para el aprendizaje y el mejoramiento continuo es utilizada, por las víctimas de este flagelo, para defenderse de las agresiones. En ese sentido, ¿cómo saber hasta dónde llega la tolerancia a los intolerantes? Sencillo, todo lo que atente contra la integridad de las personas demarca los límites de la tolerancia.

Cuando un jefe carece de sabiduría e inteligencia emocional, no hay acervo cultural que lo salve, pues tenderá a exagerar sus juicios de valor; la pérdida del control lo atemoriza al punto que necesitará proclamar quién “manda”, y dejará de escuchar. Dado su poder, sus dirigidos optarán por callar, aun cuando sepan que se comete una injusticia, se desgastarán en comprender lo incomprensible, esto mermará su proactividad y aumentará sus conductas de evitación. Los intolerantes tienen un efecto paralizante, destruyen la fluidez de ideas y la voluntad de actuar en grande; pero, sobre todo, pierden el afecto de aquellos que, resignados por no contar con otra alternativa laboral, se ven obligados a permanecer a su lado.

La ausencia de sensatez y de empatía conduce a este tipo de miembros o jefes a emitir juicios a priori. El exagerado apego a su propia verdad está a tan solo un paso de la violencia que, para Gandhi, “(…) es el miedo a los ideales de los demás.” Cada ser humano tiene su propia historia, dolorosa, a veces, o bien llena de episodios de mucho esfuerzo para surgir; personas honestas que dan todo para sacar adelante la empresa y a sus familias. Entonces, ¿quién tiene el derecho de atropellarlos con improperios, descalificaciones, amenazas, acusaciones y “castigos”?

Con tal de recobrar su salud, su autoestima y su paz interior hay quienes renuncian a un trabajo que les apasionaba, pero en el que estaban a punto de “vender su dignidad”, al estar subordinados a personas sin escrúpulos. La tolerancia no es indiferencia, tampoco es ilimitada; cuando se violan los códigos éticos, las normas de respeto y de convivencia, se han rebasado sus límites.

En una empresa basada en la tolerancia no se confunde la armonía con la ausencia de debate, el escuchar criterios con la pérdida de autoridad, ni el preguntar con la incapacidad para dirigir; sus líderes indagan para decidir acertadamente, son ecuánimes, equitativos e inspiran confianza. Ello no significa negociar los principios ni la calidad del trabajo. Son grandes -incluso en situaciones límite-, humildes y magnánimos ante quienes les roban créditos, pero justos al juzgar y decidir.

Las desavenencias de opinión son saludables si se es capaz de congeniar para proteger el gran propósito y el rumbo de un país, organización o equipo. Sin los intolerantes se cumple el proverbio africano que reza: “Si quieres ir rápido, viaja solo; si quieres llegar lejos, viaja acompañado.”
GermanRetana.com, Firma

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