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La sensible imagen de una compañía llamada “yo”

15 de Junio 2017
Margaret Rose Grigsby

Partamos de algo claro. Usted como profesional ya tiene una imagen y la seguirá teniendo aunque no lo desee. Se enfrenta entonces solamente a dos caminos: dejar que su entorno profesional crea de usted lo que se le antoje o trabajar para proyectarse como a usted mejor le convenga.

La disyuntiva es fácil de resolver. A nadie le gusta dejar su imagen a los designios de la suerte. Por dicha existen formas de construir una imagen y de gestionarla para “venderse” de manera eficaz en el mercado, muchas de ellas incluidas en los consejos que da la experta Margaret Rose Grigsby, conferencista, consultora y profesora invitada en INCAE Business School.

Como en tantas áreas, no existe una receta de manual para desarrollar el “personal branding”, pero sí una serie de consejos que dependen del contexto y de las opciones tecnológicas de difusión de la información, por lo que pueden cambiar con el tiempo.

Lo primero que señala la profesora Grigsby es la necesidad de dejar de lado el típico currículo lleno de títulos, reconocimientos y experiencias, incluso de habilidades idiomáticas o logros profesionales. Lo más importante es mostrar lo que se es, no necesariamente lo que se tiene o lo que se sabe.

Claro, no es tampoco algo fácil. Para proyectar la esencia personal hay que precisarla y eso pasa por un autoconocimiento que, en ocasiones, puede conllevar algún esfuerzo. Puede ocurrir que nos neguemos a reconocer nuestras limitaciones o, algo usual, que no demos crédito a nuestras capacidades y fortalezas. 

“Más allá de hablar de la experiencia o los títulos, importa contar lo que uno es, que además resulta clave para mostrarnos como una persona única. Otra persona también puede tener un MBA, hablar ruso o experiencia multinacional, no garantizan poder diferenciarse”, explica Grigsby.

Parte de la idea de que somos los gerentes generales de la compañía llamada “yo” y que la imagen de esa empresa impacta de manera directa sobre su valor. De ella puede depender un ascenso, un contrato, la invitación un proyecto valioso, la admisión a un programa académico o la consolidación en un cargo vigente. Nunca se sabe.

Así que manos a la obra. Lo primero es “identificar el producto primario”, definir nuestros propios valores, lo que nos representa y nos importa resaltar. Pueden ser tres o cuatro palabras, pero esas serán la pieza central de la imagen nuestra, complementadas con aquello que nos apasiona. Esa es la esencia de nuestra autenticidad, un diseño irrepetible.

Luego viene la parte de los talentos, precisar esas habilidades que hemos tenido de toda la vida. Puede ser aquel liderazgo en los juegos de la niñez, la facilidad para imaginar escenarios, para afrontar problemas con resilencia, para entusiasmar a los demás o para llevar a la práctica conocimientos nuevos. Claro que todo evoluciona en el tiempo y se va depurando hasta que tenemos conciencia de en qué somos realmente buenos y qué talentos nos han reconocido otras personas. Evitemos las falsas modestias, que por cada virtud que nos guardemos habrá dos que alguien ponga sobre la mesa.

Después vendrá la necesidad de priorizar. No podremos mostrar todo. ¿Cuáles de nuestros valores y talentos queremos mostrar para nuestro interés? Esos son los que habrán de sintetizarse en pocas líneas de manera concreta.

La profesora insistió en no ocultar las virtudes, sobre todo en el caso de las mujeres, más dadas a ello. Sin embargo, también señaló la necesidad de evitar los alardes innecesarios y ni decir las exageraciones o menos aún las falsedades. Los excesos pueden ser la receta perfecta para el rechazo inmediato.

¿Dónde acudir entonces? Un segmento del currículum clásico, el CV en formato digital o la cuenta actualizada en LinkedIn son espacios obligatorios, además de la presentación que debamos hacer de nosotros según en qué circunstancias.

Se agregan las redes sociales, espacios que ofrecen ventajas enormes pero también riesgos si se manejan sin cuidado. Facebook es un buen espacio para mostrar el lado más humano, siempre que el contenido no contradiga o deteriore la imagen que hemos definido de nosotros. “Evitemos las fotos de fiestas locas con amigos o familiares”, dice Grigsby entre broma y seriedad.

Twitter puede ser también utilizado si se tiene el tiempo para ello. No aconseja publicar un comentario cada seis meses porque queda la idea de abandono, tanto como un espacio de blog propio en donde hace un año que no se ha escrito nada nuevo.

También conviene tener en el radar el círculo directo y espacios en medios de comunicación, sean de carácter publicitario o como expertos en un tema, siempre atentos a la audiencia de esa plataforma. Todo hay que controlarlo, a riesgo de que la imagen tome vida propia o, peor aún, quede a merced de terceros.

Corren tiempos fugaces y, paradójicamente, de registros perennes. Alguien podría sorprendernos ahora con una crítica imprudente que hicimos cinco años atrás en un momento de emociones o con una foto que publicamos en un ambiente que creímos confiable en un grupo de WhatsApp, o un simple “like” a un comentario polémico. Parte importante de controlar nuestra imagen es regular también nuestros mensajes, los comunicados de la compañía que somos. 


Margaret Rose Grigsby es una experimentada conferencista y profesora en Liderazgo, Desarrollo de Liderazgo Femenino, Estrategia de Mercadeo, Estrategia de Marcas. Es consultora en Branding y Comunicaciones de Mercadeo, tiene extensa experiencia internacional con marcas líderes globales y regionales. Profesora de los programas Emerging Leaders Program for Women y Women's Executive Leadership Program, de INCAE.


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