Tres mitos insostenibles sobre empresas familiares
Una empresa familiar no es la tiendita de pueblo que papá y mamá gerencian, donde un hijo atiende clientes y otro ayuda a acomodar cuando no hay clientes. Un negocio casi de subsistencia, sin promesa de durar mucho tiempo en su mercado. O tal vez sí sea esa una empresa familiar, pero no una buena representante de ellas.
Es frecuente que las empresas familiares sean líderes en sus segmentos o correspondan a marcas que vemos a diario, sea en los planos de las transnacionales o en los negocios nacionales o locales de tamaño medio. No es raro que sean más bien duraderas, con sanos planes de crecimiento y un sólido posicionamiento en los mercados gracias a estrategias inteligentes y consistentes en el tiempo.
Los números y los hechos ayudan a derribar los tres principales mitos sobre las empresas familiares: supuestamente pequeñas, supuestamente efímeras y supuestamente improductivas.
Lo muestra una publicación de Harvard Business Review a cargo del profesor Josep Tàpies Lloret, Master en Administración de Empresas por ESADE, España.
Tàpies comienza por señalar la fuerte influencia que tienen los medios de comunicación al visibilizar a un pequeño porcentaje de las empresas, una muestra muy poco representativa de la realidad, porque el 90% de las empresas de la Unión Europea tiene menos de 10 empleados y en Estados Unidos el 90% tiene menos de 20. Esto indica con alta certeza que son negocios de propiedad familiar.
Eso puede explicar porque en el imaginario popular e incluso en la academia o en las instancias públicas creció la idea de que las empresas familiares son casi cenicientas en el tejido de los negocios. Una idea falsa, por supuesto.
“La mayoría de empresas son pequeñas, y, por lo tanto, la mayoría de las empresas familiares también; esto se traduce en una falsa impresión que tiende a generalizarse”, señala el experto. Quedemos claros entonces: las empresas familiares pueden ser de cualquier tamaño. Un “pequeño” ejemplo: la española Inditex creada por el gallego Amancio Ortega.
Pasamos entonces al segundo mito: las empresas familiares duran poco. Esto puede ser cierto si se compara con la construcción de un país o con una era histórica, pero no necesariamente si se compara con el común de las empresas de cualquier tipo.
Ocurre, señala Tàpies que es cierto que muchas empresas familiares duran tres generaciones, pero eso significa más de 60 años o incluso los bordes de un siglo completo. Es decir, que la expectativa de vida de una empresa familiar es tanta (o tan poca, según se mire) como una empresa no familiar.
¿Por qué mueren? Por razones de competitividad, de modelo de negocio o de otro tipo, siempre similares a la generalidad de los negocios. Más bien los elementos que suelen prologar la vida de una empresa son precisamente los elementos que más se asocian al promedio de empresas familiares, como la sensibilidad al entorno, la cohesión y la tolerancia al cambio. Incluso poseen un factor especial: el interés por dejar un legado a generaciones posteriores. Nadie lo negaría.
Y esto tiene que ver con el tercer mito: la rentabilidad. Tampoco es cierta la idea de que las empresas familiares sean menos productivas que el resto, tanto las que cotizan en bolsa como las que no lo hacen.
No es que las empresas familiares sean superiores al resto. No. Tàpies deja claro que estas se enfrentan a similares oportunidades y amenazas que el resto y en muchas ocasiones también saben lidiar con la definición de roles, con las resistencias a una cultura de empresa o a la diversidad de intereses de su cuerpo de propietarios.